25 de mayo de 2012

Crónica "Los 10.000 del Soplao" por Pedro Martín

"El ambiente de Los Diezmil del Soplao se empieza vivir el viernes en la recogida de dorsales. Te encuentras caras conocidas, Michael y Pedro, Alejandro y Blanca, Olga Celis, charlas con alguno al que no esperabas y te tomas una cerveza en el Paraíso: qué ironía, al día siguiente vivimos el Infierno. El auténtico Infierno del Norte.


 Al entregarnos el dorsal, dejamos a Toño el primero. Es el único que no sabe que en cada dorsal pone nuestro nombre y Btt Bezana. Toño, me parece que se consolida el nombre. Se le pone la sonrisa en la cara al leerlo, nos insulta cariñosamente y comprende por qué Mª Ángeles le estaba haciendo fotos a traición. Pedimos a otro participante que nos haga una foto enseñando los dorsales, seis de la Ruta a Pie y dos de la Marcha Btt, vestidos de calle.


Por la noche repaso la mochila una y otra vez. Las previsiones del tiempo son desastrosas. Frío y lluvia todo el día. Decido llevar guantes de nieve y ropa de invierno. Quiero acostarme a las nueve y acabo haciéndolo a las diez y media, con el portátil conectado a la web de la prueba para ver la salida de la Ultramaratón.

A las cinco y media me levanto. Ducha para despejar y desayuno fuerte. A las seis y media vienen Alfonso, Mª Ángeles y Félix a buscarme; Goyi, Toño, Nuria y Fermín van en otro coche. La autopista tiene mucho tráfico en sentido Cabezón y casi no van coches hacia Santander. En la salida comprobamos que todos van al mismo sitio. Ya se ven ciclistas calentando en dirección a la salida.

Comentamos que no tienen bastante con 165 km. En Cabezón aparcamos sin problemas, hacemos los últimos preparativos, ayudamos a desmontar las bicis, estiramos músculos. Nos dirigimos los andarines hacia la línea de salida. No volveremos a saber nada de los dos ciclistas hasta las dos de la tarde.


Hacia las 7:30 estamos esperando en la salida. Buen ambiente pero muchos nervios. Hay gente que llega tarde y quiere estar en primera fila a empujones. Queremos tener la fiesta en paz y no recriminamos a ninguno, pero al final optamos por hacer piña y que pasen por otro lado. Parece que van a una carrera. Más tarde toda esta competitividad se transforma en compañerismo cuando se inicia la marcha a las 8:00 con la traca, la música de AC/DC a tope y los aplausos del público.


De Cabezón a Santibáñez el ambiente es genial. Ocupamos toda la carretera. Tratamos de ir deprisa para no sufrir el tapón de la primera subida, aunque no queremos correr, que después se paga. Charlo con un participante que va en albarcas. Me comenta que quiere hacer la mayor parte del recorrido con ellas, salvo las bajadas difíciles. No lo volví a ver ni me quedé con su dorsal. Espero que haya tenido suerte. Poco a poco nos acercamos a la primera subida. Ya vemos a los del maratón a lo lejos llegando arriba. Todavía vamos todos junto y no llueve. Voy bien de pulsaciones. Disfrutando.


El temido tapón nos pilla solo un minuto. Menos mal, el año pasado les obligó a estar mucho tiempo parados. La cuesta comienza a empinarse. Me suben las pulsaciones a 160 y decido bajar el ritmo. Si voy a 150 puedo hacer muchos kilómetros; a más, lo acabaré pagando en El Toral. Nos desperdigamos un poco, con Fermín muy adelantado. Llegamos arriba y paramos a beber. Estamos metidos de lleno en una nube. Toño se pone el pantalón chubasquero y acierta. Yo decido ponérmelo cuando empiece a llover. Decisión equivocada: cuando comenzó a llover ya estaba mojado por la niebla. Toño ya ha comenzado a hacer fotos. No parará en toda la ruta, es un fuera de serie. Lamentablemente las fotos no demuestran lo duro que fue el día. Cuando las condiciones eran peores no estaba la cosa para sacar la cámara.


Cresteamos la Sierra del Escudo con mucha dificultad. Hay mucho barro. Cada uno va por donde puede y enseguida nos quedamos Goyi y yo atrás. Se camina muy mal, siempre con pendiente lateral, que en seco es incómodo y en mojado hay que ir muy pendiente de no resbalar. Poco a poco voy avanzando, pero Goyi se queda. De vez en cuando giro la cabeza para buscarla y la distingo por el poncho, pero no me puedo parar, pues los demás te arrastran si no te sales de la ruta. No se ve a más de 20 metros. Ni vistas de Cabezón, ni de Ruente, ni nada. Con buen tiempo las vistas desde aquí son fascinantes. Se ve el mar, San Vicente, Comillas, Trasvía; alargando un poquitín el brazo se pueden tocar los Picos de Europa con la punta de los dedos. Hoy, apenas puedo ver a mis compañeros que están unos metros adelante. Al fin los veo, se han parado a esperar y, al verme, continúan. Llego a la bajada del cortafuegos casi a la vez que ellos. Decido pararme y comer algo, beber e ir al baño. Me echo pomada en la rodilla. Espero a Goyi unos diez minutos. Cuando llega me dice que piensa abandonar en Ucieda, donde hay avituallamiento en el kilómetro 18. Trato de animarla, pero me dice que el esfuerzo no le compensa, es mucho mayor que la satisfacción. Aunque se encuentra bien, no está disfrutando y no quiere arriesgarse a una caída o torcedura que le impida hacer al día siguiente el viaje a Burgos. Me acordaré de ella en muchos momentos a lo largo del día. Decidimos comenzar a bajar y nos encontramos a Toño, que estaba esperándonos. Hemos pasado más de 10 minutos a 10 metros el uno del otro sin vernos. Comienza a llover.


La bajada del cortafuegos es peligrosa. El porcentaje, según la información del reglamento de la prueba, es del 47,9%. Aquí me pegó un latigazo en la rodilla el día que hicimos el reconocimiento de la primera parte. Voy con más cuidado, tanto por la rodilla como por lo resbaladizo del terreno. Tengo un amago de tirón, o lo que sea, en la rodilla. Estiro un poco y vuelvo a masajearme. Veo muchas caídas alrededor. Se oyen consejos de evitar el barro y bajar pisando escajos, que no resbalan tanto. Goyi se va quedando y me dice que siga, que con tanta gente no se queda sola. Con más confianza, decido bajar un poco más deprisa. Se me unen unas chicas que me siguen pensando que conozco bien la zona. No las desengaño para no mermar su confianza. Al llegar abajo me tratan de usted y se me cae el alma a los pies: con el barro debo de aparentar 30 años más. Y eso que llevo gorra y no se me ven ni las canas ni el cartón de la cabeza.


Sigo la ruta hacia Ruente por la pista que es un barrizal. Todavía trato de no meter las botas en el barro. Horas más tarde ya no miraré si las meto hasta el tobillo. Unos 5 minutos más tarde alcanzo al grupo gracias a que han hecho una parada técnica; o hidráulica, de las dos maneras las nombraremos a lo largo del día. Les digo que Goyi viene muy atrás, pero cuando vamos a salir, llega a muy buen paso. Creo que se ha recuperado moralmente, pero nos confirma que abandona. Ahora llueve bastante y nos damos prisa para no quedarnos fríos. En Ruente no nos paramos, cogemos agua del avituallamiento sobre la marcha. El ambiente del público que nos anima es fantástico. Damos las gracias a todo aquel que nos da un grito de aliento. Pasamos por el puente de uno en uno. Busco caras conocidas entre el público, mas no encuentro a nadie. Sin embargo, todos nos animan. Ahora llueve más intensamente. Toño llama a Mª Ángeles por teléfono. Ella y Goyi están entrando en Ruente cuando nosotros ya estamos saliendo.


Decidimos continuar, pues con la lluvia no podemos pararnos a esperar. Las pulsaciones me han bajado mucho, cómo se nota que el terreno es más suave. Vamos los cuatro, Toño, Nuria, Fermín y yo hablando poco. Tenemos un grupo al lado que tampoco habla. La subida y la lluvia no dan para más. Toño entabla conversación y poco a poco anima el ambiente. Son de Tuy, en Pontevedra. Han venido un grupo a hacer la Ruta a pié y otros en bici de montaña. Tantos kilómetros para encontrar niebla, lluvia y frío. Como si en Galicia no tuvieran bastante. Se lo toman con buen humor. El ritmo diferente de cada grupo nos separa. Este tramo entre Ruente y el bosque se me hace interminable.


Cuando lo hicimos hace unas semanas con sol no se me hizo tan largo. Se podía ver El Toral, los bosques de Cabuérniga y la bajada del cortafuegos. Hoy se ve menos hacia los lados, pero se ve hacia adelante la fila de participantes que nos indica que el bosque está más lejos de lo que creíamos. Tanto desear llegar al bosque y es la peor parte de la ruta. Es difícil avanzar por el sendero, pues está hecho un lodazal. Vamos mejor fuera del camino, sin tantos resbalones. Sin embargo, damos más vuelta y tenemos que esquivar los árboles, tanto sus raíces para saltarlas como las ramas para no dejar la frente. En una de éstas, sí resbalo. Clavo los bastones y evito la caída, pero no un fuerte dolor en la rodilla. Afortunadamente se queda en un susto y puedo caminar sin más dolores. Por eso volvemos una y otra vez a la pista de patinaje del sendero. Comienza el último tramo hacia la campa de Ucieda, la bajada. Vamos pasando gente, pues el camino es más ancho y ellos van cansados. La cercanía del avituallamiento nos da nuevos bríos. Se oye la megafonía, la música popular que anima el ambiente. Sigue lloviendo. Me doy cuenta de que no tengo la sensación de lluvia de otras veces. Caigo en la cuenta de que es por la visera de la gorra, que evita que me dé el agua en la cara. Tengo los pantalones empapados, ahora ya incluso por los muslos; me pesan y me pesa una vez más no haberme puesto el pantalón chubasquero que llevo en la mochila.


Llegamos al avituallamiento de La Casa del Monte a las 13:30. Vamos con retraso respecto a lo que nos habíamos propuesto, pero bien teniendo en cuenta el estado del terreno. Como dos bocadillos de jamón que saben a pata negra, dos plátanos y pastelitos. Bebo un Aquarius, acabo la botella de agua, que relleno con otro Aquarius para continuar. Ha parado de llover. Se agradece un montón poder comer sin lluvia. Me pongo los guantes de nieve para calentar las manos. Llevamos más de un cuarto de hora parados sin que lleguen Goyi y Mª Ángeles. Toño va a buscarlas por la carpa. Por fin llegan. También Fonso, que nos da una gran alegría. Félix y él se han perdido. No han logrado hablar por el móvil porque cuando ha llamado Félix llovía mucho y Fonso no se podía bajar de la bicicleta; después Félix no tenía cobertura. Fonso cree que Félix va por delante con Óscar y tira fuerte para alcanzarlo. Horas después supimos que Félix iba detrás esperando a Fonso: por eso estaban cada vez más lejos. Fermín, y sobre todo Nuria, se están quedando fríos, así que decidimos seguir la ruta. Son las 14:00. Hemos parado 15 minutos más de lo previsto. Nos despedimos de Goyi, que decide volver a casa.


Salimos de La Casa del Monte en dirección al Moral. Nos topamos con un cambio en la ruta: para no subir por la misma pista que las bicicletas, subimos por una senda muy empinada, o pindia que decimos en Cantabria, que no es precisamente el postre deseado para después de comer. Vamos en dirección a La Ruta de los Puentes. No llueve y entro en calor, se me han secado los pantalones completamente. Sería la hora de ponerme los pantalones chubasquero. Pero ya no vale la pena.


Tengo barro por todas partes. Encontramos un fotógrafo de Norteimagen que, con buen humor nos hace una foto de grupo. No sabemos cuántas horas lleva haciendo fotos bajo un paraguas. Vamos hablando con dos chicas de Madrid que nos preguntan cómo es la ruta. El marido de una de ellas está haciendo la ruta en bici. Les decimos que se preparen para el barro que nos espera en La Ruta de los Puentes, que comienza ahora. Pero ni siquiera nosotros nos podíamos imaginar que iba a haber tanto barro. Vuelve a llover, ahora más fuerte que antes. El sendero ya no es de barro. Es un río de lodo que nos acompañará durante los siguientes 10 kilómetros. Vamos gastando bromas.Toño hace reír a un numeroso grupo al maldecir de los meteorólogos: siempre se equivocan pero hoy no, hoy tenían que acertar...


La Ruta de los Puentes la conocemos bastante bien. Además, la Organización tiene marcados con estacas los puntos kilométricos. Cronometro en cuánto tiempo hacemos un kilómetro: 18 minutos. En seco serían unos 11 minutos. Cuesta avanzar. Ya hace varios kilómetros que pasamos por el barro pensando solo en no resbalar, sin importar hasta dónde hundimos el pie. Pasamos a unas chicas que van hablando entre ellas del color del barro. Hemos pasado por todos los tonos de marrón, de beige e incluso de naranja. Pasamos algún riachuelo pisando el agua, pues las piedras parecen más inseguras. El lodo ya baja en algunos tramos como pequeñitas corrientes de lava. En algunos tramos al pisar no se deja huella, se borra nada más levantar la bota. Me ha entrado agua en un pie. Los demás me dicen que a ellos en los dos. Pienso en ponerme calcetines secos. Lo dejo para cuando acabemos este tramo y así atacar El Toral con sensación menos húmeda: no lo llegaré a hacer, pues una vez allí no tengo dónde posar la mochila y me lleno las manos de barro para desatar los cordones.


En un momento dado, resbalo cuatro veces seguidas, los bastones me salvan una vez más de irme al suelo. Nuria viene detrás de mí y no puede evitar un ataque de risa. Me pregunta que si me he resbalado y le respondo que no, que lo hago a propósito, con buen humor y algún que otro taco. Le dura la risa varios minutos, me sigue tomando el pelo con que si me gusta bailar y más bromas.


Pese a la lluvia y el cansancio estoy disfrutando. Voy a buen paso para como está el terreno, pero sé que son unos 3 kilómetros por hora solamente. Deseo que se acabe este tramo a sabiendas de que después viene otro peor. Voy un rato solo. Los diferentes ritmos de cada uno hacen que vayamos distanciados menos de un minuto, pero no nos vemos. De vez en cuando oigo hablar a Toño, cuando la distancia en línea recta es corta por la vuelta que da el camino. Me distraigo pensando en la familia y los amigos que me esperan en Cabezón. En el esfuerzo de Carmen, mi mujer, mi amiga, que tiene examen en la Escuela de Idiomas y debería estar estudiando en vez de venir a animarme bajo la lluvia; que se ha tragado sin protestar todos los días que me he ido a preparar la prueba con mis compañeros. E incluso se animó a venir con todos cuando subimos a Tresviso esta primavera recordando nuestra última subida de hace veintitrés años. Pienso en Irene y Claudia, mis hijas.Claudia, más expresiva, animándome en casa, diciéndome cómo me va a esperar. Quería hacer una pancarta, pero le he quitado la idea, me basta con que vengan a esperarme. Irene, que ha puesto el despertador a las 5 de la mañana para levantarse a despedirme y desearme suerte. Me vienen ganas de abandonar, pero pienso en ellas y en los demás amigos que nos esperan . Me digo que llevo más de la mitad de la prueba, que puedo acabar. Tal vez sea más inteligente dejarlo. Me acuerdo del sobrino de Olga y Antonio cuando nos preguntó en una marcha de senderismo: “¿Pero hacéis esto por gusto?”. Pues sí, hacemos senderismo por gusto. Caminamos por el monte en días de calor abrasador, eso que llamamos “buen tiempo”, o en días como hoy, cuando el barro pone a prueba tu capacidad de superación, de lucha ante la adversidad que se puede aplicar a todos los campos de la vida. Y si seguir no es inteligente, pues que no lo sea, tampoco es insensato. Lo que no es inteligente es tirar las latas de Aquarius, botellas de agua, papeles de las barritas energéticas que te encuentras de vez en cuando. Entre dos mil andarines habrá unos cien cerdos, que se hacen notar más que el resto. Esos no son de los nuestros, se nos han colado. Lo peor es que no son conscientes de hacer algo inapropiado, creen que hay un equipo de limpieza que viene detrás.


Después de reagruparnos, beber un poco, animándonos intercambiando nuestros achaques, nos volvemos a separar. Ahora Toño va solo por delante; Fermín le sigue y yo después; por detrás van las dos chicas. Delante de mí va un grupo lento, pero no puedo pasar. Además, me da lo mismo porque vamos a parar en La Cotera para agruparnos otra vez. He decidido antes de la prueba que dejaré pasarme a todo el que me lo pida y que solo pasaré si no incordio al que va delante. También que como alguien venga avasallando, le empujo por la ladera. Afortunadamente, ha habido compañerismo. Incluso los de la ultra, que llevan 16 horas corriendo, piden paso con amabilidad.


Llego al kilómetro 30, ya sé que La Ruta de los Puentes se acaba. Quinientos metros más y me reúno con Toño y Fermín. Hay un puesto de avituallamiento con el que no contábamos. La Organización ha decidido dejar abierto el puesto que era solo para los de maratón. Como algo de chocolate para atacar la última subida fuerte. Pero nos llega la desilusión del día: han cortado la subida a El Toral en este mismo instante por las condiciones meteorológicas. Pedimos explicaciones, pues no nos parece justo que hayan dejado pasar un minuto antes a un grupo con alguno de ellos en camiseta y pantalón corto mientras nosotros, que vamos preparados para el frío, no podamos. En el vestuario en Cabezón me dijeron que habían subido a buscarlos para hacerlos volver atrás. Nos dan más datos: cero grados con niebla espesa más varios participantes con hipotermia en la cima . También nos informan de que hay un autobús en La Casa del Monte para volver a Cabezón. Esto nos molesta, pues no queremos retirarnos. No hemos hecho 30 kilómetros duros para abandonar ahora. Decidimos llegar a Cabezón por la ruta de los de Btt. Todavía no sabíamos que lo del autobús era una opción. Toño se enfada un poco más que el resto, le vamos calmando, le confirmamos que vamos a entrar por el arco sea como sea; pienso: “si nos obligan a entregar el dorsal, se lo meto en la boca”. Lo peor es que estando parado varios minutos me he quedado frío. Bajo hablando con Fermín, que también está helado. Con Mª Ángeles, que es la menos afectada por el cambio de ruta, se lo toma mejor. Me trato de poner en la piel de los organizadores, veo que tienen razón. No pueden ponerse a decidir quién está preparado y quién no. En montaña, siempre hemos dicho que la seguridad es lo primero. Cuanto más avanzo, más me alegro de que cortaran la subida. Estoy empapado, el sudor se me ha quedado frío, sé que no voy a entrar en calor hasta la meta. Lo comento con Fermín, que me confirma que a él le pasa lo mismo.


Llegamos a La Campa de Ucieda en dos grupos. No me puedo parar a esperar. Les digo que vayamos despacio, pero en movimiento. Nuria viene ya muy mal, pensamos que se va a subir al autobús. Pero no lo hace, es dura como una roca. Fermín se queda con ella, van más despacio. Seguimos Mª Ángeles, Toño y yo a buen paso. Calculamos que nos quedan 12 kilómetros para llegar, unas 2 horas. Ya no vemos a Fermín y Nuria. Como hay cobertura, llamamos a Nuria al móvil. Da llamada, pero no lo coge. Toño habla con Rosa Eva, que ya está en Cabezón. Nos comunican que Alfonso está con ellos, muy entero porque le han desviado. Tampoco a él le han dejado subir a Fuentes por la falta de seguridad. Ha bajado por carretera desde Bárcena Mayor. También nos comunican que Félix ha abandonado en Ruente. Me da pena también por ellos. Han preparado la marcha durante meses, están en plena forma. Pero pienso que Félix ha actuado con mucho sentido común. Las pistas van a seguir ahí todo el año. No merece la pena jugarse no ya la vida, sino un accidente por tozudez. ¡Hay que ser más valiente para retirarse a tiempo que para
acabar!


Atravesamos Ucieda con gente animando bajo la lluvia. Nos animan también los de protección civil. Con los ciclistas intercambiamos saludos, palabras de ánimo. Nos entran ganas de coger las bicicletas de los que abandonan. En bici se puede decir que han llegado. Faltan 6 kilómetros, una hora larga al paso de hoy. Una hora y 12 minutos compruebo ya en casa con el gps. Nos conjuramos para hacer la marcha con El Toral incluido este verano por nuestra cuenta para quitarnos la espina.


Vamos a buen paso, a unos 5 km/h, sin embargo en llano voy muy bien de pulsaciones, entorno a 130 nada más. Me he quitado un momento los guantes. Están empapados por dentro y por fuera. No acierto a volvérmelos a poner. Llegamos al puente de Santa Lucía. El público nos trata como si estuviésemos ganando los juegos olímpicos. Damos las gracias a todos, devolvemos los saludos a cada palabra de aliento, a cada niño que está esperando a otro participante y nos aplaude. Recuerdo el año pasado, cuando Félix, Fermín y yo hacíamos este tramo acompañando a Toño, Mª Ángeles, Alfonso y Nuria. El ambiente era fantástico, lleno de gente. Ahora la lluvia los ha metido en los bares. La recta se me hace muy larga. Seguimos a buen paso, pues nos duele todo tanto andando como parados. Quiero ver el paso a nivel a lo lejos. Pero tardamos en llegar una eternidad. Toño habla con Rosa, ya están todos esperándonos. Les dice que llegamos en 10 minutos, pero yo sé que es media hora.


Al fin veo la barrera, ya está hecho. Bromeo con Mª Ángeles diciéndole que me retiro, que estoy muerto de frío, que me voy para el coche. Me riñe por querer abandonar en los últimos kilómetros. Debido al cansancio no cae en la cuenta de que tenemos el coche más allá de la meta. En Cabezón nos animan desde las aceras, desde los bares. Una niña nos anima con un micrófono desde dentro de una tienda: han puesto un altavoz en la acera. Pasamos la biblioteca. Me paro a saludar a Manolo y su mujer. Su familia forma para de la Organización, hasta sus nietos son voluntarios. Me he quedado atrás y echo a correr, todavía puedo correr unos metros, para reunirme con los amigos.


Carmen me da un beso, pero me da más calor su sonrisa, todavía la tengo grabada y no se me va a borrar en años. Saludo a todos. No me atrevo a abrazar a mis hijas porque voy lleno de barro. Me quito la gorra empapada y se la doy a Irene y Claudia. Pese a estar empapada, me tapaba, pues empiezo ahora a tener sensación de lluvia en la cabeza y en la cara. Saludamos a todos: Rosa Eva, Olga, Olivia, las dos Cármenes; Antonio, Fernando; y los niños, que ya no son tan niños, Martín, los dos Óscar, Pablo, Pedro, Raquel, Irene, Claudia: gracias por haber venido. Vuestro aplauso consigue que merezca la pena haber completado la marcha, con Toral o sin Toral.


Entramos en la recta de meta. Dicen nuestros nombres por la megafonía. Esto del chip en el dorsal funciona. Hay mucha gente, ya no podemos devolver cada saludo, cada aplauso. Nos acercamos más a la meta, vuelven a decir nuestros nombres mientras cruzamos. Saboreamos ese minuto de gloria. Doce horas y media. No sabemos nada de Nuria y Fermín. Nuria no contesta al móvil. Ahora sabemos que lo había dejado en casa. Toño y Mª Ángeles se quedan a esperarlos. Yo estoy tiritando, me voy a cambiar de ropa. Llego al vestuario, me cuesta quitarme la ropa. Me doy una ducha de agua fría que está más caliente que la lluvia afuera. Las manos me reaccionan bien, pero aun después de secarme tengo frío. Me dirijo a la carpa para comer algo y me encuentro a Toño y Rosa con Fermín y Nuria, que acaban de llegar media hora después que nosotros. También están tiritando y destrozados. Les indico dónde están los vestuarios y sigo hacia la carpa. Allí me esperaban todos, me dan un aplauso que parece una ovación. Me ponen la medalla (¡personalizada!) que nos ha hecho Raquel. A duras penas subo las escaleras. Pido un caldo. Lo único caliente desde el té de esta mañana. Ahora sí, como la ensalada de pasta. Saboreo una cerveza bien fría. 


Sentado, vuelvo a reflexionar sobre si estas hazañas valen para algo. Todavía no tengo respuesta. Antes de irnos, me despido de los voluntarios que quedan por allí, como mínimo hasta la una de la mañana. No los
conozco, les doy las gracias y me dicen que gracias a nosotros. ¿Repetiremos esta marcha en verano, por nuestra cuenta? No lo sé. Hay más rutas. Habrá más 10.000 del Soplao. Tal vez lo hagamos en bicicleta. Han pasado solo dos días. Creo que disfrutaremos de verdad cuando pasen unos días más y nos reunamos con todo el grupo. Saldrán las emociones a flor de piel. Hablaremos de por qué nos gusta tanto este deporte que trae tanto esfuerzo, sufrimiento y dolor como satisfacción, alegría y compañerismo con todo el grupo de BTT Bezana, más de 40 compañeros. Casi sin darnos cuenta, nos hemos hecho amigos."